Os puedo decir que es uno de los últimos libros que han
entrado en mi casa, y cuando esperaba un poemario a la vieja usanza, me
encuentro un caos perfecto de poesía, pequeños relatos, prosa poética e
incluso, alguna que otra reflexión en voz alta, como recuerdos (en uno de ellos
me veo reflejado, ya que coincidimos en nuestra época infantil)
Pues, ese caos perfecto al que Vicente lo ha titulado con
el palabro “desinquietudes”, como bien explica en la solapa de la portada,
cuando su madre o su abuela le decía muy a lo jiennense: “pero mira que es
desinquieto este niño”. Ese niño, no ha dejado de ser “desinquieto”, y ha
querido plasmar en este, su primer vástago literario, mucho de lo que quería
explotar manchando de buenas letras un libro que te sorprenderá seguro, a mí
personalmente lo ha hecho de una forma grata y con ganas de leer más de
Vicente.
Para los que tienen los egos subidos de tono en el mundo de las letras jiennenses, que son muchos, intentarán desprestigiar su literatura: no te preocupes Vicente, eso es porque te temen.
Poema de la página 34
28
Él nos guiaba desde la barra del bar.
Profeta de la media noche, filósofo del amanecer,
destilaba sabiduría entre copa y copa
Iluminando nuestras entendederas con la luz que
manaba de sus ojos y sus palabras.
Nadie supo nunca su nombre ni su procedencia.
Apareció un día de verano a cuarenta grados de
alcohol, desvariando entre metafísica de bolsillo y
erudición de cantina,
pero dejando embobados a los vencidos del calimocho
que acudían a escucharle y a convidarle a biscúter y
chatos en la taberna del Desterrado, un judío iraní que
llegó a Jaén huyendo de la turba que quiso apedrearle
por jurar en arameo mientras meaba contra el muro de
los lamentos con la cabeza apoyada en él.
Nadie supo nunca dónde vivía porque jamás se
apartaba de la barra donde permanecía levitando
mientras predicaba su verbo lúcido y tragaba sin
paladear el vino peleón que el judío le servía y le fiaba.
Desapareció una madrugada, dicen que transfigurado
en la viva imagen del Mesías mientras dos arcángeles
vestidos de mugreros lo sacaban inerte de un
contenedor de basura del barrio La Guita, a veinte
pasos de la taberna del Desterrado.
Aún alzamos el calimocho en su memoria las
madrugadas en que los perros nos esperan en la puerta
a que les echemos algo de comer.
Vicente García Mestre
No hay comentarios:
Publicar un comentario